sábado, 30 de enero de 2010

RUINA Y ESPINA

Soñamos con cambiar a mejor, morimos de ganas y de miedo de hacerlo. Intentamos luchar por lo que creemos justo, pero chocamos con la subjetividad de la justicia de los otros. Cada juez una sentencia, cada sentencia diferente, más dudas para el pueblo. Nos quejamos de la familia, pero no podríamos vivir sin ella. No entendemos a nuestros amigos, pero queremos que ellos nos entiendan. Adolescentes que exigen independencia a los padres para acabar dependiendo del novio. Chicas que cuando salen en pareja olvidan el monedero. Mantenidas que vuelven a la cuna de las dependencias económicas y psicológicas, que de boquilla dicen querer romper. Vamos de hippyguais por el mundo, con rastas incluidas. Pero después llevamos todo de marca, hasta los calcetines, hechos en países tercermundistas por niños que trabajan a cambio de comida. En los anuncios que nos venden esos productos, nos descubren que seremos más guapos y más envidiados si vestimos esas telas. Con un chasquido de dedos, aparece un coche deportivo. Con otro, una chica guapa. Con el siguiente, a la chica guapa se le cae… el vestido. Necesitamos el perfume que usa ese chico, tiene el mundo a sus pies. Nos quejamos de la inmigración, y sin embargo, dejamos a su cargo el cuidado de nuestros mayores. Encantados nosotros de tener una mujer trabajando de interna 24 horas al día, 7 días a la semana por 400€ al mes. Sí, entonces la inmigración si mola. Porque las españolas con esto de la igualdad, que tenemos un ministerio y todo (aunque no sepamos a qué se dedica exactamente), ya nos hemos subido a la parra, y no aceptamos cualquier tipo de trabajo. Regaladas que somos, oiga.
Despotricamos de la crisis, pero los bares están llenos a todas horas. Mejor quitarnos de comer que de tomar café. Que el café con el camarero, sabe mejor que el cocido con la mujer y los niños, que te ponen la cabeza loca. Pero ¿es que hay crisis? A veces solo parece que la hay porque en las noticias nos emborrachan la cabeza utilizando esa palabra, hasta cuando hablan de que el pobre del rey viaja menos en su Bribón, porque llenar el depósito es demasiado caro. Si yo le contase al rey lo que nos gastamos los españoles al año en gasolina para simples utilitarios que nos llevan al trabajo, no a navegar por el mediterráneo (mientras el resto nos conformamos con hacerlo por Internet), se le quitarían las ganas de llevar hasta los calzoncillos hechos a medida por un sastre. Sastre que el otro día en RNE, contaba orgulloso lo que vale un traje a medida, y más de las telas que gasta el rey. No son como las nuestras, puro plástico de 20% algodón y el resto poliéster. Si se nos cae el cigarro fumando, cogemos mecha. Y ya que estamos con títeres, intentemos pensar con la cabeza.

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