miércoles, 23 de junio de 2010

El sillón

La reacción es inmediata, inminente y mediada. El pulso se acelera, la boca comienza a salivar, los ojos se salen de las órbitas, las manos resbalan empapadas en sudor... incluso las más bajas pasiones y los instintos más primitivos hacen acto de presencia. Y como un burro con orejeras y aparejos nuevos ya no hay otra cosa a la vista hasta que consigues tocarlo por fin; lo conquistas, -o te conquista-. Tocas el cuero con el pandero y la auto-complacencia es tal que la vanidad engorda de pura excitación. Todo rompe y salpica la tapicería del sillón al que se le ha sacado brillo con tanto mimo durante la espera, -que lo limpie el que venga o que se siente sobre su mierda, es la decisión-.
Sentado sobre él lo tocas, lo hueles, te acomodas, te recuestas sobre su respaldo y te dejas llevar, -cuánto tiempo has soñado con este momento, es tu momento, no vas a dejar que nadie te lo arrebate.
Pero el tiempo pasa y sientes la necesidad de levantarte para poder desentumecer los músculos y la mente, pero no quieres levantarte porque no quieres 'desperdiciar' ni un solo segundo, sabes que no habrá más 'segundos', no habrá más momentos, cuando todo pase tú también pasarás y nadie te recordará porque simplemente no habrá nada que recordar y mucho que olvidar. Todo eso lo sabes, pero es más fácil y más cómodo y sobre todo menos violento mentirse, y mentir a todos, que decir una verdad tan sencilla y evidente, pero también tan triste que nunca pudiste asumir como propia. Esa verdad tenía un nombre, Fracaso. Un Fracaso tan rotundo que tuviste que maquillar con una mentira a la que has decidido llamar Triunfo.Pero el tiempo pasa y de repente te das cuenta que ya no hay tiempo. Porque el tiempo es una palabra que comienza y termina; porque el tiempo es vida, pero sobre todo es muerte, que rima con suerte que se acaba porque todo lo que empieza acaba con el tiempo que transcurre como las palabras sin decir, -sin hacer- nada. Y entonces decides levantarte de súbito de ese sillón, pero ya es demasiado tarde. Al levantarte y salir corriendo tropiezas con uno de los muchos enredos que hay a tu alrededor y caes de bruces a un suelo asfaltado por las miles de desilusiones que has dejado a tu paso. Intentas levantarte, pero vuelves a caer y esta vez nadie te levanta del suelo ni siquiera los que siempre has creído que estaban a tu lado, porque ellos tan solo querían tu caída para poder aspirar a lo mismo que tú: el poder que da ese sillón tan lleno de salpicaduras de vanidad.

Por Gerardo C. Saura

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