miércoles, 23 de junio de 2010

El viento

‘Vivid en las nubes, y estaréis a merced del viento’ Benjamín Prado
Las palabras se las lleva el viento. Igual que se lleva la ceniza del cigarro, ese perfume que nos trae tantos recuerdos, el sonido de la risa, de un orgasmo…
El viento se lleva los ‘te quiero’, por eso es bueno repetirlos a menudo. Se lleva los ‘lo siento’, con lo mucho que nos cuesta pedir perdón. Se lleva los acordes de aquella canción que nos permitió decirnos lo que no nos atrevíamos a contar con palabras. Se lleva la servilleta de papel en la que escribimos un poema que no pudimos leer a la persona que nos lo inspiró, y arrojamos al suelo, enamorados de esa persona, y desenamorados del amor.
Se lleva los ‘mañana te llamo para quedar’, pero no importa, porque de todas formas son mentira. Aunque hay otras mentiras que lejos de irse volando, se mantienen firmes.
Se lleva los ‘mañana madrugaré para estudiar’, ‘mañana limpiaré el coche’… Mejor, que se los lleve. Así no nos queda el sentimiento de no haber cumplido con lo propuesto. No importa, ‘mañana’ es una palabra incierta. Una promesa que no acabamos de cumplir. Un futuro que siempre será mañana.
El viento se lleva el orgullo de haberlo conseguido, las carcajadas ebrias de una noche de cerveza y Nobel. Seca las lágrimas. Todas: las de tristeza y las de alegría. Seca también tu piel al salir del agua. La ropa. El alma.
Se aleja con el aroma de la comida de mamá a mediodía, con el sonido de tu coche al llegar a mi casa. Se va con el sonido de tus llaves en la cerradura, al volver a casa por la noche tras un largo día de trabajo y personas grises.
El viento se lleva el calor del sol en primavera y las ganas de salir a pasear en invierno.
El viento nos roba sin que nos demos cuenta. Es un ladrón invisible que escapa con todo lo bueno, dejándonos lo malo para nosotros. No cura las heridas del corazón, ni se lleva los recuerdos de la cabeza.
El viento me robó los sueños cuando vivía en las nubes. Me los roba ahora, porque estando en tierra, no encuentro amparo.
Por Gerardo C. Saura

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